“Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.” Esta Fe en Dios tiene diversos grados y quilates. Esforcémonos por alcanzar la perfección de la Fe. Sólo la Fe perfecta es la que vence al mundo.
Subimos el primer escalón de la Fe, cuando vivimos según ella, cuando amoldamos nuestra vida a sus exigencias.
La fe sin obras es una fe muerta. El que conoce la voluntad del Señor y no la ejecuta, el que tiene en su boca el Nombre de Dios, pero lo deshonra con sus obras, se hace digno de mayor castigo que el que no ha conocido nada de la Fe. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que ejecute la voluntad de mi Padre”.
Más perfecto que someterse forzadamente a las exigencias de la Fe, retardando así constantemente la llegada a su cumbre, es entregarse a ella alegre y generosamente. Este es el segundo grado.
El que vive en la Fe como un niño en casa de su padre, como el hombre libre en su domicilio, ya no siente más el peso de la Fe, que tanto oprime a las almas esclavas. Vive en ella como en su propia patria, y camina en la luz y en el mundo de la Fe con una naturalidad y una clarividencia que causa la admiración y la envidia de cuantos no poseen una Fe parecida.
Es en verdad algo grande el que la Fe, con sus exigencias sobre nuestra inteligencia y sobre nuestra voluntad, llegue hasta el punto de establecerse en nosotros como en su verdadera morada.
Pero todavía es algo más grande el que nosotros vivamos de la Fe. Este es el tercer grado, la plenitud.
La Fe vive en nosotros, y nosotros vivimos de la Fe.
Los que viven de la Fe, no necesitan indagar con gran esfuerzo lo que Dios quiere de ellos. En todos los sucesos, circunstancias y negocios de la vida reconocen y advierten, instintiva y como naturalmente, a Dios, la presencia y la acción de Dios.
No tienen necesidad de fiestas impresionantes ni de medios extraordinarios para ponerse en la presencia de Dios. Sienten presente a Dios aun en medio de sus más penosos trabajos y en medio de la batahola del mundo. Su vida es una continua llama de amor, que se consume en la presencia divina.
Este es el fruto de la vida de Fe.
La Fe para ellos ya no es algo externo: es la misma alma de su vida. Esta es la Fe que ha hecho los Santos.
Cuando esta Fe viva en nosotros, y nosotros vivamos esta Fe, entonces habremos vencido al mundo, con sus concupiscencias, habremos vencido al pecado y al amor propio, y no descansaremos hasta haber cumplido la última exigencia y el último consejo con que la Fe excite nuestro amor y nuestra generosidad.
Creamos. Vivamos según la Fe, vivamos en la Fe, vivamos de la Fe.
El mundo nos odiará por ello; pero así debe ser. El mundo no puede comprender el espíritu que anima a los cristianos.
Nuestra patria, nuestro mundo es el de la Fe. Cuanto menos nos comprenda el mundo, cuanto más nos desprecie, más debemos agradecérselo a Dios.
Estimemos y amemos sobre todas las cosas la santa Fe que hemos recibido en el Santo Bautismo. No descansemos hasta convertirla en nuestra propia carne y sangre, hasta hacer desaparecer por medio de ella todo pensamiento puramente humano y natural. Entonces habremos alcanzado la virtud perfecta de la Fe.