MES DE MARÍA – DÍA DÉCIMO TERCERO
ORACIÓN PRIMERA
A la Santísima Virgen María para todos los días
Santísima María, Madre de Dios, Reina compasiva, Hija del Rey Soberano, gloriosísima Madre, Madre de los huérfanos, consuelo de los afligidos, guía de los extraviados, salud de los que en Ti esperan, Virgen antes del parto, en el parto y después del parto, fuente de misericordia y de gracia, de salvación, de indulgencia y de consuelo, fuente de piedad y de alegría, de perdón y de vida; por el santo e inefable gozo que llenó tu alma cuando concebiste al Hijo de Dios anunciado por el ángel Gabriel, por la santísima humildad con que respondiste: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, por el divino misterio que obró entonces el Espíritu Santo; por la inefable gracia y por la piedad, misericordia, amor y humildad que hicieron bajar a tu seno, tomando carne humana, a Jesucristo tu Hijo; por los gloriosísimos gozos que éste te ocasionó, por la santa y profunda compasión, por las dolorosas amargura que inundaron tu Corazón cuando lo viste suspenso en la Cruz, cubierto de heridas, abrasado de sed; cuando viste que los verdugos aplicaban a sus labios el vinagre y la hiel; cuando lo oíste clamar: “Dios mío, Dios mío” y lo viste morir con tus propios ojos; por las cinco llagas de su Santísimo Cuerpo; y por los tormentos que te ocasionaron; por el derramamiento de su Sangre y por toda su Pasión, por el dolor de tu alma y tus santísimas lágrimas; por todos estos méritos te suplico vengas en mi auxilio, con todos los Santos y elegidos de Dios, y me dirijas en mis ruegos y peticiones, siempre que yo tenga
algo que hacer, que decir o que pensar, y en todos los instantes del día y de la noche. Alcánzame de tu amantísimo Hijo el complemento de todas la virtudes; alcánzame su misericordia, su consejo, su amparo, su bendición, salud, paz y prosperidad, gozo y alegría; alcánzame en abundancia todos los bienes espirituales, y de los temporales lo que pueda serme suficiente. Ruega al Espíritu Santo que dirija y proteja mi cuerpo, que eleve mi espíritu, que mejore mis costumbres, que santifique mis acciones, que me inspire buenos y santos pensamientos, que me libre de los malos pasados, dulcifique los presentes y modere los venideros; que me conceda una vida recta y pura con encendidos sentimientos de fe, esperanza y caridad; que me dispense la gracia de creer firmemente en todos los artículos de la fe; de guardar todos los preceptos de la ley, de regir mis sentidos; y últimamente, que me libre siempre del pecado mortal y me proteja hasta la hora de la muerte. Intercede por mí, oh dulcísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de misericordia, para que acoja benignamente esta plegaria y me conceda la vida eterna. Amén.
DÍA DÉCIMO TERCERO
Del escándalo
El pecado del éscandalo es un pecado gravísimo, pues por él se le roba una alma al Salvador de los hombres. El alma le costó agonía de muerte. Prisión ignominiosa, afrentas y baldones, tormentos atrocísimos, dar toda su sangre, perder hasta su vida. ¿Y tú te atreves a quitársela, y hacer que para ella sea inútil la Pasión del Señor y afligir su corazón amabilísimo? Así te haces semejante al demonio, que desde el principio ha sido homicida de las almas (Joann. 8. 44). Tú también has sido homicida desde tu niñez y juventud con aquellas acciones impuras, con aquellas señas, con aquellas miradas, con aquellas solicitaciones. Así has quitado la vida a las almas inocentes. ¡Qué traición! ¡Qué iniquidad!
El pecado de escándalo es un semillero de pecados. El pecado que aquel joven cometió a tus instancias, tuyo es,
y todos los que cometió después y tuvieron origen en tu consejo y enseñanza, tuyos son.
Por ti pecó él y enseguida se hizo maestro en el pecar de otros; pero todos los pecados que éstos cometan, como que nacen de tu primer escándalo tuyos son también. ¡Oh qué innumerable multitud de pecados pesan ya sobre ti!
El pecado de éscandalo es una deuda enorme para con Dios. El que hace un pecado de éscandalo declara guerra al mismo Dios, se pone de parte del demonio y le ayuda a menoscabar la gloria divina. ¿No eres, pecador, escándaloso, quien ha profanado los altares y los templos consagrados a Dios, con tus irreverencias, risas, conversaciones y acaso con algunas cosas todavías más malas? Tú eres el que roba las almas a Jesucristo, el que las arranca de su corazón, el que las entrega al demonio, el que las priva del reino de los cielos, y de consiguiente, cuanto está de tu parte, quitas al cielo sus trofeos, privas a Dios de bendiciones y alabanzas, y a los que habías de ser fieles siervos suyos, los corrompes y sacrificas al diablo para que pueblen el infierno y blasfemen y maldigan eternamente al Señor de los cielos y tierra.
¿Comprendes ahora la inmensa deuda que has contraido con tantos escándalos? Pues mira si a pesar de todo, con tu buen ejemplo, exhortaciones y consejos llegas a ganar un alma por tantas como has perdido, queda el Señor contigo satisfecho. En pago de toda la deuda admite tan
pequeño servicio. ¿Rehusarás a tan poca cosa satisfacerla?
EJEMPLO. – Si has escandalizado a tus prójimos, acude a María, y alcanzarás perdón, como lo alcanzó en la ciudad de Aviñón un escandaloso que apartaba a los otros de la devoción a la Virgen, no contentándose con ser malo él, sino procurando que otros también lo fuesen, disuadiéndolos de ir a las congregaciones de la Virgen, y murmurando de ellas y de los congregantes, siendo lo peor, que por ser ya viejo, muchos le daban crédito y tomaban sus depravados consejos. Cayó el hombre en una grave enfermedad; mas aunque veía ya la muerte cercana, ni mudaba de ideas, ni daba señales de arrepentimiento. Pero, en fin, llegó el día de la Purísima Concepción, en que los cofrades de María celebraban la fiesta con gran solemnidad, y entre tanto, sin duda por intercesión de la Virgen, empezó el enfermo a pensar en sí y en su mala vida pasada, y repentinamente se trocaron sus ideas, por manera que ya veía las cosas de un modo enteramente contrarias de lo que antes le parecía. Con esto mandó al punto llamar al padre que dirigía la congregación, y a quien él antes no podía ver y menospreciaba. Viene el sacerdote, le abraza el enfermo, le pide perdón, le ruega que lo confiese, y después de confesarlo le suplica por último, que le admita por congregante. El padre le recibió, y él quedó libre a su tiempo de las enfermedades del alma y de la dolencia corporal, levantándose de la cama bueno y sano. (Auriem t. 2. pág. 66).
OBSEQUIO. – En honra de María procura estar estar en la Iglesia con mucha devoción y modestia, y lo mismo en la casa y en la calle, para reparar así de alguna manera el escándalo que hayas dado a tus prójimos.
JACULATORIA. – Límpiame de mis pecados y perdona los ajenos a tu siervo.
ORACIÓN SEGUNDA
A la Santísima Virgen María para todos los días
Santísima Madre de Dios, por los méritos dolorosos de la pasión de tu Hijo Jesús, te suplico que te acuerdes de mí en la hora de mi muerte. En tus manos pongo; oh Madre bondadosa, mi cuerpo y el fin de mi vida. ¡Oh dulcísima Reina, cuyo corazón rebosa de misericordia! socorre a este tu siervo, pobre pecador, antes que la muerte me sorprenda para que no salga de este mundo súbitamente y sin preparación. Ruega por mí, Virgen santificada; te lo pido por la amarguísima muerte de nuestro Señor Jesucristo; alcánzame que me despida de este mundo reconciliado con tu divino Hijo, después de haber detestado sinceramente y confesado con humildad todos mis pecados; después de haberlos expiados con penitencia cumplida y satisfacción suficiente, después de haber renunciado a Satanás y a sus obras, y después de haber recibido los sacramentos de la Iglesia. Ten piedad de mí, oh bienaventurada Madre de Dios, en aquella hora terrible cuando la vida me abandone, cuando mi lengua moribunda no pueda ya moverse para invocarte, cuando
la luz no hiera mis ojos, cuando mis oídos no perciban el sonido de la voz, acuérdate entonces, oh María, de la oración que arrodillado a tus pies te dirijo en este momento, y ampárame en aquel último trance, de suerte que me libre de los lazos del demonio y logre ser colocado entre los amigos de tu Hijo.
¡Oh bienaventurada Virgen María! Tú eres la Madre de Dios, pero también lo eres de los pecadores; Tú eres la Madre del Juez, pero también lo eres de los desterrados; no permitirás por tanto que yo, hijo tuyo, aunque culpado reciba mi condenación de tu otro Hijo, el que es Omnipotente, reconcíliame con Él como Madre bondadosa, y alcánzame que por sus méritos sea yo recibido en la patria celestial al salir del presente destierro. Amén.
MES DE MARÍA – DÍA DÉCIMO TERCERO
ORACIÓN PRIMERA
A la Santísima Virgen María para todos los días
Santísima María, Madre de Dios, Reina compasiva, Hija del Rey Soberano, gloriosísima Madre, Madre de los huérfanos, consuelo de los afligidos, guía de los extraviados, salud de los que en Ti esperan, Virgen antes del parto, en el parto y después del parto, fuente de misericordia y de gracia, de salvación, de indulgencia y de consuelo, fuente de piedad y de alegría, de perdón y de vida; por el santo e inefable gozo que llenó tu alma cuando concebiste al Hijo de Dios anunciado por el ángel Gabriel, por la santísima humildad con que respondiste: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, por el divino misterio que obró entonces el Espíritu Santo; por la inefable gracia y por la piedad, misericordia, amor y humildad que hicieron bajar a tu seno, tomando carne humana, a Jesucristo tu Hijo; por los gloriosísimos gozos que éste te ocasionó, por la santa y profunda compasión, por las dolorosas amargura que inundaron tu Corazón cuando lo viste suspenso en la Cruz, cubierto de heridas, abrasado de sed; cuando viste que los verdugos aplicaban a sus labios el vinagre y la hiel; cuando lo oíste clamar: “Dios mío, Dios mío” y lo viste morir con tus propios ojos; por las cinco llagas de su Santísimo Cuerpo; y por los tormentos que te ocasionaron; por el derramamiento de su Sangre y por toda su Pasión, por el dolor de tu alma y tus santísimas lágrimas; por todos estos méritos te suplico vengas en mi auxilio, con todos los Santos y elegidos de Dios, y me dirijas en mis ruegos y peticiones, siempre que yo tenga
algo que hacer, que decir o que pensar, y en todos los instantes del día y de la noche. Alcánzame de tu amantísimo Hijo el complemento de todas la virtudes; alcánzame su misericordia, su consejo, su amparo, su bendición, salud, paz y prosperidad, gozo y alegría; alcánzame en abundancia todos los bienes espirituales, y de los temporales lo que pueda serme suficiente. Ruega al Espíritu Santo que dirija y proteja mi cuerpo, que eleve mi espíritu, que mejore mis costumbres, que santifique mis acciones, que me inspire buenos y santos pensamientos, que me libre de los malos pasados, dulcifique los presentes y modere los venideros; que me conceda una vida recta y pura con encendidos sentimientos de fe, esperanza y caridad; que me dispense la gracia de creer firmemente en todos los artículos de la fe; de guardar todos los preceptos de la ley, de regir mis sentidos; y últimamente, que me libre siempre del pecado mortal y me proteja hasta la hora de la muerte. Intercede por mí, oh dulcísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de misericordia, para que acoja benignamente esta plegaria y me conceda la vida eterna. Amén.
DÍA DÉCIMO TERCERO
Del escándalo
El pecado del éscandalo es un pecado gravísimo, pues por él se le roba una alma al Salvador de los hombres. El alma le costó agonía de muerte. Prisión ignominiosa, afrentas y baldones, tormentos atrocísimos, dar toda su sangre, perder hasta su vida. ¿Y tú te atreves a quitársela, y hacer que para ella sea inútil la Pasión del Señor y afligir su corazón amabilísimo? Así te haces semejante al demonio, que desde el principio ha sido homicida de las almas (Joann. 8. 44). Tú también has sido homicida desde tu niñez y juventud con aquellas acciones impuras, con aquellas señas, con aquellas miradas, con aquellas solicitaciones. Así has quitado la vida a las almas inocentes. ¡Qué traición! ¡Qué iniquidad!
El pecado de escándalo es un semillero de pecados. El pecado que aquel joven cometió a tus instancias, tuyo es,
y todos los que cometió después y tuvieron origen en tu consejo y enseñanza, tuyos son.
Por ti pecó él y enseguida se hizo maestro en el pecar de otros; pero todos los pecados que éstos cometan, como que nacen de tu primer escándalo tuyos son también. ¡Oh qué innumerable multitud de pecados pesan ya sobre ti!
El pecado de éscandalo es una deuda enorme para con Dios. El que hace un pecado de éscandalo declara guerra al mismo Dios, se pone de parte del demonio y le ayuda a menoscabar la gloria divina. ¿No eres, pecador, escándaloso, quien ha profanado los altares y los templos consagrados a Dios, con tus irreverencias, risas, conversaciones y acaso con algunas cosas todavías más malas? Tú eres el que roba las almas a Jesucristo, el que las arranca de su corazón, el que las entrega al demonio, el que las priva del reino de los cielos, y de consiguiente, cuanto está de tu parte, quitas al cielo sus trofeos, privas a Dios de bendiciones y alabanzas, y a los que habías de ser fieles siervos suyos, los corrompes y sacrificas al diablo para que pueblen el infierno y blasfemen y maldigan eternamente al Señor de los cielos y tierra.
¿Comprendes ahora la inmensa deuda que has contraido con tantos escándalos? Pues mira si a pesar de todo, con tu buen ejemplo, exhortaciones y consejos llegas a ganar un alma por tantas como has perdido, queda el Señor contigo satisfecho. En pago de toda la deuda admite tan
pequeño servicio. ¿Rehusarás a tan poca cosa satisfacerla?
EJEMPLO. – Si has escandalizado a tus prójimos, acude a María, y alcanzarás perdón, como lo alcanzó en la ciudad de Aviñón un escandaloso que apartaba a los otros de la devoción a la Virgen, no contentándose con ser malo él, sino procurando que otros también lo fuesen, disuadiéndolos de ir a las congregaciones de la Virgen, y murmurando de ellas y de los congregantes, siendo lo peor, que por ser ya viejo, muchos le daban crédito y tomaban sus depravados consejos. Cayó el hombre en una grave enfermedad; mas aunque veía ya la muerte cercana, ni mudaba de ideas, ni daba señales de arrepentimiento. Pero, en fin, llegó el día de la Purísima Concepción, en que los cofrades de María celebraban la fiesta con gran solemnidad, y entre tanto, sin duda por intercesión de la Virgen, empezó el enfermo a pensar en sí y en su mala vida pasada, y repentinamente se trocaron sus ideas, por manera que ya veía las cosas de un modo enteramente contrarias de lo que antes le parecía. Con esto mandó al punto llamar al padre que dirigía la congregación, y a quien él antes no podía ver y menospreciaba. Viene el sacerdote, le abraza el enfermo, le pide perdón, le ruega que lo confiese, y después de confesarlo le suplica por último, que le admita por congregante. El padre le recibió, y él quedó libre a su tiempo de las enfermedades del alma y de la dolencia corporal, levantándose de la cama bueno y sano. (Auriem t. 2. pág. 66).
OBSEQUIO. – En honra de María procura estar estar en la Iglesia con mucha devoción y modestia, y lo mismo en la casa y en la calle, para reparar así de alguna manera el escándalo que hayas dado a tus prójimos.
JACULATORIA. – Límpiame de mis pecados y perdona los ajenos a tu siervo.
ORACIÓN SEGUNDA
A la Santísima Virgen María para todos los días
Santísima Madre de Dios, por los méritos dolorosos de la pasión de tu Hijo Jesús, te suplico que te acuerdes de mí en la hora de mi muerte. En tus manos pongo; oh Madre bondadosa, mi cuerpo y el fin de mi vida. ¡Oh dulcísima Reina, cuyo corazón rebosa de misericordia! socorre a este tu siervo, pobre pecador, antes que la muerte me sorprenda para que no salga de este mundo súbitamente y sin preparación. Ruega por mí, Virgen santificada; te lo pido por la amarguísima muerte de nuestro Señor Jesucristo; alcánzame que me despida de este mundo reconciliado con tu divino Hijo, después de haber detestado sinceramente y confesado con humildad todos mis pecados; después de haberlos expiados con penitencia cumplida y satisfacción suficiente, después de haber renunciado a Satanás y a sus obras, y después de haber recibido los sacramentos de la Iglesia. Ten piedad de mí, oh bienaventurada Madre de Dios, en aquella hora terrible cuando la vida me abandone, cuando mi lengua moribunda no pueda ya moverse para invocarte, cuando
la luz no hiera mis ojos, cuando mis oídos no perciban el sonido de la voz, acuérdate entonces, oh María, de la oración que arrodillado a tus pies te dirijo en este momento, y ampárame en aquel último trance, de suerte que me libre de los lazos del demonio y logre ser colocado entre los amigos de tu Hijo.
¡Oh bienaventurada Virgen María! Tú eres la Madre de Dios, pero también lo eres de los pecadores; Tú eres la Madre del Juez, pero también lo eres de los desterrados; no permitirás por tanto que yo, hijo tuyo, aunque culpado reciba mi condenación de tu otro Hijo, el que es Omnipotente, reconcíliame con Él como Madre bondadosa, y alcánzame que por sus méritos sea yo recibido en la patria celestial al salir del presente destierro. Amén.